Igual que antes, las palabras de Ned me decían una cosa, y su mirada me decía otra. «Culpabilidad», proclamaba bien alto, y, telepáticamente, percibía «satisfacción». «Responsable de la muerte de Oliver», afirmaba, y tras eso, había que sobreentender: «Excitado por la idea de que alguien se hubiera matado por amor hacia mí». «Pánico», decía, y tras esas palabras triunfaba: «Maravillado por mi poder de manipular a los demás».
[...]
Verbalmente, Ned se lamentaba: «Fui tonto, pero soy inocente.» Y yo recibía: «Soy un asqueroso asesino.»
[...]
«¿Te sientes culpable por no haberles tomado en serio cuando te amenazaron con suicidarse?»
«Me siento culpable de haber sentido un gran regocijo cuando lo hicieron.»
Ahora ando buscando más libros de Silverberg, que no es tarea fácil. A ver si hay suerte.
¡Saludos!
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