14 nov 2009

Tres pasos

Y va una de escritura automática. No andaba yo muy fina y la idea le da mil vueltas al resultado. Pero por algo se empieza. Necesito recuperar las buenas costumbres. Necesito volver a escribir por escribir...



Marina levanta la mirada de sus zapatos cuando escucha las puertas abrirse. La gente comienza a entrar en el vagón, llenándolo aún más de ruidos vacíos y silenciosos, de ruidos sin palabras. Empujones y codazos, algún gruñido. Y se miran los zapatos. Su espacio, su cuarto de metro cuadrado.



Las puertas se cierran sin más, sin esperar ni desesperar por nadie. Pero Marina ya no se mira los zapatos; no quiere su cuarto de metro cuadrado. Allí está Ella, a tan solo tres pasos. Los tres pasos de cada mañana, que algún día recorrerá. Lo sabe. Lo lleva sabiendo desde la primera vez que la vio. Desde aquellos primeros tres pasos.



No, no se mira ya los zapatos porque no tiene ojos más que para Ella. Para su corta melena azabache, cada mañana a medio peinar. Para sus ojos oscuros y su aire de inocencia. De locura contenida. De sueños y desilusiones mezcladas con la ilusión de una nueva mañana. De un quizá. Ella es orden y es desorden. Es etérea y está aquí, a tan solo tres pasos. Sus labios la hipnotizan, le hacen soñar. Recorrer cada día esos tres pasos; acercarse, acariciarla. Hacerle sentir y saber, como Marina siente y sabe.



El oscuro cristal de la ventanilla le devuelve su reflejo mezclado con una ilusión. En el reflejo no hay tres pasos. En el reflejo Ella está ahí, tan cerca. Tan cerca que le duele sentir sus labios, poder rozarlos con los suyos y saber que es solo un reflejo. Que aún están ahí esos tres pasos, que aún no se han marchado.



Un minuto y medio hasta su parada. Un minuto y medio contemplando aquel reflejo. Un par de miradas furtivas. A Ella, porque bien sabe que son solo para Ella. Que todos los demás son solo actores de reparto donde Ella es la protagonista. Donde brilla con una luz especial. Porque es Ella. Siempre es Ella.



Solo noventa segundos que acaban como empezaron, bruscamente y sin avisar. Sin esperar ni desesperar por nadie. Y menos por ella.



Las puertas se abren. La gente entra y sale entre codazos y gruñidos. Marina suspira y se dirige hacia la salida. Levanta la mirada y puede jurar que Ella la mira. Pero Marina puede jurar muchas cosas.



Desde el andén, se para un segundo y ve cómo el tren se aleja, llevándose consigo a Ella y a su reflejo.

Llevándose con él sus tres pasos. Pero no importa, porque sabe que algún día los recorrerá, que ya no serán nunca más tres pasos. Pero no hoy. Quizá mañana. Quizá.

1 comentarios:

Álvaro dijo...

Hola de nuevo, ¡qué de tiempo! Incluso pensé que tu blog estaba abandonado (no serías ni la primera ni la última en abandonar su propio blog, muchos lo hacen) así que eliminé tu enlace de mi blog, pero al ver que dabas señales de vida y comprobar que sigues adelante con tu blog (muy bonito por cierto), he vuelto a poner el enlace.

De nuevo, gracias por tu comentario. ¡Y ya nos leemos!

Un beso.
Álvaro R.

www.invernalia.com