8 ago 2007

Letras cruzadas I: Darla

Hoy me he levantado de buen humor, y he pensado que me apetecía volver a empezar aquello que ya hice una vez de encadenar relatos. La idea es que cada relato estará relacionado con el siguiente por un personaje, aunque no tiene por qué seguir ningún tipo de orden ni nada de eso. Me explico, el siguiente relato que escriba no tiene por qué hablar de lo que ocurre a continuación de este, o suceder en el mismo sitio, ni nada parecido. Tendrá algo que ver con Darla, la protagonista de este, pero ella no será la protagonista del mismo, e incluso puede aparecer como un simple recuerdo sin importancia. La primera vez conseguí encadenar bastantes, aunque lo acabé dejando no recuerdo muy bien por qué. Intentaré ser algo más constante esta vez.

En fin, aquí os dejo por tanto el primero. No es gran cosa, pero algo es algo.

Había salido corriendo de aquella casa que la ahogaba, tratando de escapar de unas paredes que se echaban sobre ella. Al principio aquella vida había sido un reflejo de su inocente sueño infantil, rodeada de todas aquellas cosas que siempre había deseado. Pero a veces los sueños se tornan en pesadillas en un instante, convirtiendo en vanas ilusiones aquello que antes había sido tan real.

Así había ocurrido con ella; de la noche a la mañana se había dado cuenta de que no le quedaba un solo sueño al que dirigir sus pasos.

Había querido gritar, sollozar amargamente buscando el consuelo de aquellos brazos que habían sido su salvación en otros momentos. Pero estaba sola; sola en el vacío de aquella enorme casa, rodeada por un silencio que le impedía respirar. Y sintió que debía salir de aquel lugar maldito, que debía buscar su paraíso más allá de aquellos muros, más allá del salado océano que se extendía ante sus ojos.

Sonrió entre lágrimas heladas al contacto del viento invernal, pues sabía que por fin había vuelto a encontrar su sueño, su preciado espacio.

Apenas sentía el frío viento que la golpeaba con sus pequeñas garras. Apenas sentía los afilados guijarros que herían sus pies descalzos en su carrera. Apenas era consciente de su propia existencia, pues solo su sueño se extendía ante ella, adoptando la forma del vasto mar.

Sonreía cuando los dedos de sus pies rozaron la superficie de las aguas, cuando las suaves olas la rodearon amistosas, llamándola a sus juegos. Ella quería cogerlas de la mano, acompañarlas al lugar de sus juegos infantiles, a su pequeño paraíso soñado. Ellas la arrastraban como niños impacientes, acogiéndola con sus suaves cantos.

Pronto se vio sumergida en sus juegos, correspondiendo con miradas complacientes a sus traviesos movimientos.

Y de pronto, tan solo la calma la rodeó. Aquellos impacientes chiquillos trataban de conducirla a su hogar, de mostrarle aquel mundo que ella siempre había querido conocer. Sabía que pronto acabaría todo, pero por una vez se sintió en paz.

Sintió que abandonaba su cuerpo, que era libre, por fin, de moverse a sus anchas, de descubrir los secretos que habían permanecido ocultos durante tanto tiempo, lejos de su alcance. Ahora era capaz de saber todo aquello a lo que siempre había permanecido ciega. Todo un mundo se abría ante ella, y sentía curiosidad, la imperiosa necesidad de explorarlo. Todo miedo había desaparecido.

¡Saludos!

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