20 mar 2013

LA is breaking my heart

Hay series que pasan mucho más desapercibidas de lo que deberían, y eso es un hecho. Series que son maravillosas y a las que nadie les hace ni puñetero caso. Hace unas semanas ya os hablé de la que, in my opinion, es una de ellas, Switched At Birth, con su estupendo episodio prácticamente entero en lengua de signos. Y hoy os voy a hablar de otra de mis niñas, Southland. Y es que ahora que ya hemos llegado a la mitad de la que con probabilidad va a ser la última temporada de la serie (me gustaría que no fuera así, pero ver a los actores buscándose otros proyectos nuevos no me provoca mucha confianza. Y lo que comentó Regina King en una entrevista, diciendo que ellos mismos no tienen muy claras las cosas porque a estas alturas tampoco están viendo tanto apoyo de la cadena, no ayuda. Que, ojo, cinco temporadas es una vida muy digna para una serie, y el recorrido que ha ido haciendo y que han ido teniendo todos sus personajes también me lo parece, con lo que de acabar ahora no me dedicaría a gritar lo injusto que es todo mientras me llevo las manos en la cabeza. Pero al mismo tiempo me encantaría poder seguir viéndola por los siglos de los siglos. En fin, que creo que he explicado medianamente bien mis sentimientos ante el futuro de la serie en el paréntesis más largo del universo), me parece un momento tan bueno como cualquiera para hacer una especie de balance (sin grandes spoilers) sobre las desgracias de sus protagonistas.

Porque otra cosa no, pero en esta serie los personajes sufren. Y mucho. Y nosotros con ellos, claro, porque al fin y al cabo de eso se trata. De todos modos, para todo hay grados y grados, y creo que todos podemos estar de acuerdo a estas alturas de la película (bueno, de la serie), en que el que se lleva la palma es el pobre Sammy. Episodio a episodio igual no somos tan conscientes, al menos no inicialmente (una vez te das cuenta ya es imposible dejar de pensarlo), pero a estas alturas soy incapaz de recordar un solo momento en el que el pobre fuera feliz. O que al menos tuviera razones para serlo. Y es por eso que no podéis ni imaginaros lo mucho que sufrí con el episodio de la semana pasada (estupendamente dirigido por Regina King y maravillosamente contando casi más a través del subtexto que de cualquier otro modo, que es algo que yo siempre valoro mucho. Ay, el subtexto, qué sería de mí y de mi análisis de todo sin él) temiéndome lo peor en cierto momento. Porque no, Southland, no me puedes poner a ciertos personajes en superficies elevadas y esperar que no ate cabos, haga mentalmente un balance de todas sus desgracias y muera de miedo pensando que en cualquier momento van a saltar. Es decir, razones no les faltan, eso está claro.

Claro que, como digo, Sammy no es el único que lo pasa mal en esta serie, porque aquí nadie se libra. Y si no, que se lo pregunten a Lydia y a Cooper, ahora mismo con problemas distintos pero de base similar. Problemas tan sencillos, entendibles y cercanos (a la par que completamente específicos de sus personajes) que hacen que su vida sea un auténtico drama y que sea imposible que el espectador no lo pase mal con ellos. Y lo digo como algo totalmente positivo, no me entendáis mal. Que esa capacidad para hacerte conectar con los personajes y, por tanto, sufrir con sus dramas, no se consigue tan fácilmente.

Pero vamos, a pesar de que probablemente eso que comento sea lo que más aprecio de la serie, no es lo único que valoro, ni mucho menos. Sin ir más lejos, no puedo hablar de esta temporada sin comentar lo mucho que me gusta lo que están haciendo con Ben. Me explico. Quizá sea porque estamos acostumbrados a que nos presenten a unos personajes con comportamientos o características relativamente negativos y que poco a poco nos vayan contando cosas de ellos y de su pasado que nos hacen entenderlos mejor. Probablemente sea eso, de hecho. El caso es que cuando directamente lo que vemos es su evolución de forma totalmente lineal, resulta refrescante. Y, ojo, sé que no es la única serie que lo hace (al fin y al cabo, hay series cuyo planteamiento en teoría es exactamente ese, véase Breaking Bad), pero sigue siendo distinto. Porque en esos casos habitualmente hay un objetivo final, un estado final que ya intuimos o conocemos desde el principio, y con Ben no es así. Con Ben, como con el resto de personajes de la serie, no hay un objetivo final. Igual que la serie no se centra en un caso que resolver, los importante de sus personajes no es el lugar al que lleguen, sino quiénes son en cada momento del camino que es su día a día. Es por ello que una de las mejores cosas que han salido de la a veces improbable renovación de Southland en el pasado y que le han permitido llegar a las cinco temporadas es que han podido tomarse su tiempo y mostrarnos con claridad todo ese camino. Y, si bien cada paso puede ser interesante, cuando pasa el tiempo y miramos hacia atrás, hacia las temporadas anteriores, vemos realmente el trecho que han recorrido, lo mucho que han cambiado. A veces poco a poco, a veces de forma brusca, pero siempre mucho más de lo que esperamos. En las historias que nos está contando Southland tiene todo el sentido del mundo que Ben, el novatillo con todas las buenas intenciones del mundo (y también la arrogancia y esos aires que llevaba al principio) que conocimos en la primera temporada, se haya convertido en el personaje que es hoy. Un personaje perdido en su propia espiral autodestructiva, dirigido por sí mismo y por otros hacia un camino que a varios kilómetros podemos ver que no es bueno. Un mal camino cuyo resultado más positivo va a ser convertirse en alguien con una visión muy cínica del mundo, y mejor no hablar de los resultados más negativos (el juego de "mejor resultado posible, peor resultado posible" es especialmente deprimente en el caso de Sammy, por cierto). Alguien que resulta muy desagradable, pero también alguien a quien hemos ido viendo avanzar sin remedio hasta ese punto, elección a elección.

Por todo esto que comento, por todas las veces que me han demostrado que episodio a episodio saben ser coherentes y no equivocarse, Southland es una serie en la que he aprendido a confiar. Es una serie en la que me dicen que van a hacer que me crea a Lucy Liu y de hecho lo consiguen. Me dicen que es una buena idea que Dewey salga en todos los episodios y funciona, precisamente porque se han tomado su tiempo para conseguir que acabe viendo al personaje a través de los ojos de Cooper. Por eso, porque confío en ella plenamente, tengo que decir que tengo muchas ganas de ver los cinco episodios que nos quedan de esta temporada. Porque sé que no me van a decepcionar. No tengo el miedo que puedo tener con otras series, porque temporada a temporada me han demostrado que puedo fiarme. Así que ahora solo me queda esperar, ver cómo van a conseguir que me enamore aún más de la serie (porque lo van a hacer, ya lo sé) y seguir gritando a los cuatro vientos lo maravillosa que es. Y lo injusto que es el poco caso que se le hace.

¡Saludos!

PD: Otra serie que me parte el corazón, pero por razones completamente distintas y sin ser ni medianamente aceptable compararlas en lo que a calidad se refiere, es The Following. A ver cómo me recupero yo del episodio de esta semana.
PD2: Creo que no voy a escribir de la SF de Girls porque mi opinión de la serie y mi manera de verla no ha cambiado prácticamente nada desde que escribí esto. De todos modos, aprovecho esto para decir que, aunque probablemente sea el episodio que menos me ha convencido de la temporada (simplemente porque esos momentos finales no acabaron de encajarme del todo en el conjunto de la serie, no tanto por temática sino por la manera en que está hecho, ya sé que no me explico, pero yo me entiendo), en conjunto me ha gustado mucho esta temporada. De hecho, me ha gustado más que la primera.

0 comentarios: